Según cuenta la historia de nuestros antepasados Zapotecas, cada ser humano viene al mundo acompañado de un animal, un espíritu protector que lo vincula con lo sagrado. Le llaman nahual. A los artesanos debemos agradecerles por haber aprendido a representarlo.
La palabra “alebrije”, Fue usada primero por Pedro Linares, el artista que elaboraba los judas de cartón que tanto llamaban la atención de Diego Rivera. Con ella nombró las alucinantes figuras, hechas de papel maché, que iban a llenarlo de fama.
En San Martín Tilcajete, pueblo zapoteca de los Valles Centrales. Su nombre significa “lugar donde pintan”. Ahí, como en San Antonio Arrazola, viven numerosas familias que por generaciones se han dedicado al arte de fabricar alebrijes.
La madera con la que son fabricados es suave y ligera, la del copal, el árbol sagrado de los zapotecas. Una vez talladas las piezas, son puestas a remojar en gasolina para que las termitas se mantengan lejos.
Los pigmentos que se utilizan para darles colores son naturales. La cáscara del copal macho se tuesta al sol para hacerla polvo, luego se agregan jugo de limón para el amarillo, miel para que brille, de la cal surge el negro y con el bicarbonato el rojo.
Los detalles como la granada, el añil, el huitlacoche o la nochebuena sirven como colorantes. Entonces aparece la imaginación de cada artesano al pintar. Esta pieza lleva además incrustaciones de hilo, tela y papel. Las piezas grandes se elaboran a partir de un solo pedazo de copal hembra.
Para moldear la adera, dejarla secar y pintarla con sumo cuidado puede llevar desde un mes hasta años. Todo depende del tamaño de la pieza.
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