Una leyenda cuenta que, al terminar la construcción de la catedral de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, en el corazón de la ciudad de Puebla, surgió la pregunta de cómo habría de subirse una campana de 8 mil kilos a sus encumbradas torres (las más altas de América Latina). La pregunta quitó el sueño durante varios días a ingenieros y albañiles. Parecía algo imposible de realizar.
Sin embargo, una mañana, los habitantes de Puebla se despertaron con la noticia de que la campana estaba ya en la torre, repicando alegremente. “Pero, ¿quién la subió y cómo?”, se preguntaron. Y ya que parecía un milagro, nadie dudó en atribuirlo a los ángeles, quienes seguramente habían bajado a colocar la campana, la cual descansa ahí desde entonces.
Esta leyenda es responsable de que a esta hermosa ciudad se le conozca como Puebla de los Ángeles. Sin embargo, hay muchos motivos más para asegurar que se trata de un destino celestial: sus calles, su horizonte y, particularmente, sus sabores.
Enclavada en el centro de México y bajo la imponente presencia de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, Puebla abre sus puertas y presume a los visitantes sus títulos: heroica por haber sido sede del triunfo de las tropas mexicanas sobre las francesas en 1862 (en la Batalla de Puebla), y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1987
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