Como muchos otros lugares de tradición minera en el país, el estado de Durango también se desarrolló en un principio a la sombra de los grandes yacimientos mineros encontrados por los españoles durante los siglos XVI y XVII.
La antigua Villa de Guadiana, hoy ciudad de Durango, se fundó casi por una casualidad, pues su cercano Cerro del Mercado dio la impresión a los conquistadores de que se trataba de una gran montaña de plata.
El desarrollo de la nueva cultura trajo consigo la imposición de una nueva fe, por cuanto los escasos misioneros que entonces se aventuraron hacia aquellas inhóspitas regiones enmarcadas por la sierra fundaron pequeñas misiones, templos y conventos, de los cuales aún quedan en pie algunas bellas muestras.
La bonanza económica del siglo XVIII se hizo patente en la erección de nuevos y ostentosos edificios, como las casas de gobierno y las sedes municipales, algunos templos y, desde luego, las casas señoriales de los personajes importantes de la época, quienes amasaron grandes fortunas gracias a la riqueza de la tierra duranguense.
Entre los edificios civiles de interés se encuentran el Palacio de Gobierno, que fue residencia del próspero minero Juan José Zambrano, y la majestuosa casa del Conde de Súchil, obra maestra del barroco, así como la famosa Casa del Aguacate, hoy sede de un museo, de notables formas neoclásicas, que pertenece a la época porfiriana, al igual que el edificio del Teatro Ricardo Castro.
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