Es realmente una aventura increíble el camino hasta el Puente de Dios. Al amanecer, los jilgueros reclaman su territorio e inundan el aire con silbidos metálicos en acordes descendentes. Conforme se avanza el bosque se reúne con el río. La luz oblicua de la mañana dibuja un paraíso fresco y cálido a la vez, las paredes se yerguen y forman el Cañón de la Angostura, un pasaje de singular belleza que se aprecia al caminar por plataformas incrustadas en las paredes que sobrevuelan las pozas de agua color turquesa.
Después de 30 minutos caminando por pequeños puentes de madera que surcan el río y rocas dispuestas a modo de andador, se llega al Puente de Dios: una gruta-puente natural que durante miles de años ha sido esculpida por las aguas que bajan de la Sierra de Pinal de Amoles. Otras corrientes superficiales se filtran a través del techo de la gruta y crean auténticas regaderas de agua cristalina que es expulsada a presión por estalactitas tubulares de roca natural. El escenario es de una belleza singular. El verde intenso de la exuberante vegetación se funde con el azul turquesa del agua y el café de la tierra en perfecta simbiosis; resquicio de un mundo donde la naturaleza configura todo con sabia armonía.
La gruta se goza enormemente y, aún así, la sensación de ir más allá es inevitable. Adentrarse en ese mundo jurásico detenido en el tiempo, es toda una experiencia de contacto con la esencia misma de lo natural. Después de la gruta ya no existen apoyos para un fácil recorrido y todo transcurre entre rocas, agua y lama muy resbaladiza, pero el escenario merece la aventura. Pocas veces se puede percibir un territorio tan virgen. Todo se expande: el manto vegetal llega hasta plantas nunca antes vistas, pozas color turquesa habitadas por miles de futuras ranas, cascadas mágicas y ensambles de chicharras y calandrias.
No hay camino alterno. Hay que desandar lo andado justamente por la misma ruta. Después de cinco horas de exploración se cruza nuevamente, en sentido opuesto, el Puente de Dios rumbo al albergue.
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