Mucho más que una puerta de acceso al cercano sitio arqueológico de Palenque, esta laberíntica ciudad de 350 mil habitantes merece ser explorada a la vieja usanza. Hernán Cortés desembarcó en la desembocadura del río Grijalva en 1519, durante su conquista de México. Aquí fundó la primera ciudad europea en el continente americano (Santa María de Victoria). Debido a las frecuentes incursiones de piratas, la ciudad costera fue trasladada cada vez más hacia el interior, a lo largo del río Grijalva, hasta alcanzar su ubicación actual, más defendible. Villahermosa continuó siendo una ciudad estancada durante siglos hasta que, tras el descubrimiento de grandes depósitos de petróleo en alta mar en la década de 1970, despertó de años de letargo económico y sufrió una gran transformación.
La ciudad se extiende a lo largo de la orilla occidental del río Grijalva, y cuenta con una red irregular de carreteras que pasa al lado de lagunas, pantanos y humedales. Además de las comodidades modernas de la ciudad (centros comerciales, hoteles, restaurantes de calidad, etc.) y de una prosperidad financiada por el petróleo, dos características distinguen a Villahermosa de otras ciudades del sur de México: sus hermosos parques y los tabasqueños, quienes disfrutan encontrarse en grandes reuniones sociales. El lado occidental de Villahermosa tiene hermosos lagos bordeados por parques con senderos de piedra, palmeras reales, jardines bien cuidados, centros para conferencias y teatros al aire libre. Árboles tropicales floreados (especialmente en marzo y abril), monos aulladores, y un denso follaje dan un toque de color vibrante y una calidad exótica inconfundible a esta “Esmeralda del Sureste”, un México muy diferente del estereotipo común semidesértico. Al igual que los verdes intensos de Chiapas, el follaje tropical de Tabasco a menudo toma por sorpresa a quienes lo visitan por primera vez.
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